lunes, 1 de agosto de 2011

Se entregó por nosotros - Catequesis n° 6

Redacción: Zico

Resulta imposible abstraer de la experiencia humana el dolor. Este sentimiento acompaña la vida entera del hombre, desde el llanto del parto hasta el agónico suspiro del momento final. Sin embargo, uno no permanece inerte frente a esta situación; al contrario, in
tenta legítimamente erradicar el dolor. Pero el dolor es una experiencia que el hombre busca combatir, pero que no debe volverse un fin último en si, ya que esto llevaría irremediablemente a a la frustración.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿El dolor conlleva la ruina y la tristeza para el que sufre? ¿Es posible sufrir y ser feliz? Si el objetivo final es abolir el sufrimiento para poder ser feliz, sería imposible la felicidad en esta tierra, porque es imposible eliminar totalmente el dolor. Entonces, ¿cómo integrar el dolor, las debilidades e incapacidades para que la vida sea auténticamente lograda?, ¿cómo compaginar una vida plena y auténtica cuando el dolor sobreviene?

Ante una situación de pesar, el hombre enfrente la vía del reconocimiento o el desentendimiento. Pero finalmente, la realidad lo hará topar con esa situación que quiso evadir, y no tendrá más remedio que preguntarse "¿Por qué?" (la muerte de un joven, la pérdida de un amigo, etc.). Por ello es importante dar aceptación a este trauma, y así, integrarlo a la vida. Hay madres que viven felices a pesar de haber perdido a su hijo, y esto se explica en que han sabido conciliar el dolor con la aceptación de lo real.
Incluso el sufrimiento abre al hombre las puertas de la perfección. Podemos admitir que sufrir no es bueno -porque se padece una situación traumática-, si bien ayuda en las distintas etapas de la vida, porque permite superar obstáculos similares que se presenten, como también ayuda a conmover el corazón frente al dolor del otro. Su efecto es un corazón más comprensivo, más abierto para amar.
"El que ha sufrido sabe compadecerse mejor que el que no ha tenido esa experiencia. Por eso Dios mismo ha querido entrar en el camino del dolor. Dios, en su Hijo Jesucristo, ha asumido totalmente nuestro dolor para así consolarnos", resume el texto catequético.
Cierto es que Dios permite el dolor humano; que podría abolirlo y librarnos de él. Sin embargo, ha querido sostener el don de la libertad del hombre, y por ello acepta que el hombre se haya apartado de Él, abriendo las puertas al pecado, la muerte y el dolor. Sin embargo, su respuesta consiste en rebajar a su hijo a nuestra condición, hacerlo experimentar el padecimiento de la carne humana, "y morir de la forma más ignominiosa". El más bendito acaba su pasar por la tierra como el más maldito de todos los seres que sobre su faz se concentran.
¿Cuál es la respuesta de Dios ante el sufrimiento de su Hijo? El silencio. Nosotros diríamos: pero, Dios mío, ¿por qué no haces algo? Dios calla. Es un escándalo. Él lo podría haber evitado. Pero no, no lo hizo. ¿Por qué? ¿Por qué dejó que su Hijo muriese, sufriese? ¿Por qué en Getsemaní, cuando su Hijo con lágrimas en los ojos y sudando sangre de angustia le pidió clemencia, que pasase de Él ese cáliz amargo de sangre, por qué en ese momento calla? Es el Misterio de Dios, el Misterio del sufrimiento, el Misterio del hombre.

Nunca terminaremos de comprender este Misterio, por el cual el Hijo del Hombre se halla con la afrenta del Padre, con su silencio. ¡¿Acaso hay expresión más viva de este dolor, que Cristo escarnecido en la Cruz, gritando 'Padre, ¿por qué me has abandonado?' !?.

Ante una situación de dolor, el hombre puede redundar en buscar una respuesta a ella. Por qué y para qué se vuelven los interrogantes en busca de respuesta. En el Misterio de la Cruz, es posible contemplar que Jesús acepta libremente la muerte. ¿Para qué? Para liberarnos del pecado, con tal eficacia que la redención afecta a cada uno de los hombres de forma personal. Si antes la culpa de uno había recaído sobre todos, ahora el sacrificio de Uno valdría por la salvación del género humano.

La contemplación de Cristo nos permite ver cómo su muerte es fuente de vida. Es normal que el dolor asuste -así le pasó a Jesús en el huerto de los olivos- pero cuando se acepta y se integra como paso necesario para una vida resucitada es fecundo. Por eso dirá Santa Teresa de Jesús: "En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo". La Cruz es el único medio que tenemos para ascender hasta Dios. Lo que no lleva esta marca no es bien celestial y no llega a buen término. Sólo se deja paso libre a lo que está marcado con esta señal. Debemos preguntarnos a cada instante si nuestras acciones salen airosas al confrontarlas con la Cruz. Sólo entonces son legítimas y están orientadas hacia la eternidad, hacia la vida. El que entra seriamente en el camino de la Cruz, quedará cambiado en su interior, maduro, lleno de suavidad y dulzura.

Cabe reflexionar ya no por qué nosotros sufrimos, sino por qué sufrió Él.

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