miércoles, 3 de agosto de 2011

Envió su Espíritu - Catequesis n° 8

Lenguas de fuego descendieron entonces sobre los discípulos, y estas inflamaron sus pechos y sus gargantas. Así, hombres venidos de diversas geografías oían a los doce rústicos galileos pronunciar la Palabra de Dios en sus lenguas nativas, y llenos de duda se preguntaban quiénes eran estos. Algunos osaron pensar que estaban borrachos, pero Pedro salió a su encuentro, diciendo que era lo que dijo el profeta. "Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra" (Hch 2, 1-19).


Jesús cumple en Pentecostés la promesa del 'Paráclito' (aquel que es enviado), que permanecerá junto a su Iglesia hasta el fin de los tiempos. Con Pentecostés se perfecciona el descubrimiento de las Tres Personas de la Naturaleza Divinda: el Padre Creador, el Hijo Redentor y el Espíritu Santo

El cristiano recibe la unción del Espíritu Santo a imagen de Cristo

Las profecías del Antiguo Testamento, animadas por la acción de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, llegan a su cumplimiento en Jesucristo, el Mesías, el Ungido. Si bien Cristo, como Dios, recibe la unción del Espíritu, durante su vida terranal incorpora al Espíritu, que desciende sobre la humanidad de Jesús.
"Todo esto tiene un sentido -se lee en la catequesis- El Verbo asume la carne para que el ser humano pueda ser glorificado por el Espíritu Santo y así participar de la condición divina. Si la "carne" (humanidad) de Cristo se va "espiritualizando", recibiendo progresivamente la efusión del Espíritu hasta la glorificación total, lo hace con el fin de que también todo hombre pueda ser glorificado en Cristo por la acción del Espíritu Santo".
Al ser creados, hemos recibido una gracia natural: el don de ser moldeados por el Padre con sus manos . Por el bautismo el hombre es recreado, gracia santificante mediante. Pero es tanto el amor de Dios que ha querido asociarme más hondamente a su propia vida, no sólo concediéndonos una naturaleza capaz de comunicarse con Él, sino también hace posible ser otro Cristo, a imagen del Verbo encarnado.

El Espíritu en la vida de la Iglesia

Menciona el historiador Hilaire Belloc que nada hay más errado que pensar que la historia de la Iglesia ha sido calma desde sus inicios y hasta nuestros tiempos. Verdaderamente, la barca del Señor ha debido atravesar numerosas tempestades, aunque en ello no se ha visto sola: el Espíritu Santo obra continuamente sobre la esposa de Cristo y Cuerpo Místico para encauzar y guiarla en su fin, que no es otro que la salvación de los hombres.
La vida moral de los cristianos, y por tanto la vida de la Iglesia, está sostenida por los dones del Espíritu Santo. "Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios", menciona el documento. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben, hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17).

El don de piedad es la gracia de saberse hijo de Dios, como Jesús (cf. Lc 3,21s).Nos lleva a la confianza, la audacia y la familiaridad con Dios.
El don de sabiduría es el impulso del Espíritu para gustar de las cosas de Dios como por connaturalidad, por una especie de instinto y de gusto por las cosas de Dios. Este don nos da la facultad de sintonizar con Dios.
El temor de Dios es el don del Espíritu por el que reconocemos su misterio y nos postramos en adoración ante Él como criaturas.
El don de entendimiento es el impulso interior que procede del Espíritu para comprender la revelación que acogemos por la fe. Consiste en la ayuda del Espíritu para penetrar en las verdades divinas y así irlas comprendiendo más. Sin perder su carácter de misterio el don de entendimiento nos permite entrar en la razonabilidad de las cosas divinas.
El don de ciencia es la luz que el Espíritu da para entrar más en profundidad en el conocimiento de las cosas humanas. Mientras que el don de entendimiento nos ayuda a penetrar en las realidades divinas.
El don de consejo es una luz por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se debe hacer en el lugar y en las circunstancias presentes.
El don de fortaleza es la fuerza de Dios para combatir frente a las tentaciones del mal espíritu, nos capacita para hacer el bien y evitar el mal y nos alienta para dar testimonio de la fe, incluso hasta la ofrenda final de la vida con el martirio.

Junto a ellos se asocian los Carismas, que en San Pablo tienen un carácter técnico que designa manifestaciones extraordinarias del Espíritu (1Co 12, 4. 9; 28. 30; Rm 12, 6). Desde este sentido, mientras que el don es una ayuda para la santificación personal, los carismas son gracias que uno recibe con vistas a la edificación de la Iglesia.

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