sábado, 30 de julio de 2011

Responder a una llamada

Redacción: Zico

"En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna"

Con estas palabras se dirigía el Beato Juan Pablo II a miles de jóvenes que oían atentos sobre las calles de Roma, en la JMJ del año 2000. Con estas palabras, el entonces Papa procuraba que cada joven urgara su interior y evaluara si eran éstos los deseos que allí guardaba. Pero Juan Pablo II no se limitaba a tan solo mencionar esto, sino que declaraba con vigor que es Jesús a quien uno busca y espera. El recóndito llamado del alma que me impulsa a encontrar una respuesta al vacío existencial tiene respuesta en Jesús.

Ahora bien, la presencia en este mundo de cada uno de los individuos no es fruto del azar ni un yerro del destino ni un absurdo que precisa explicación. La temporalidad se gobierna por una causalidad, y esta misma revela que a cada hombre se le ha asignado un puesto, un lugar. Este puesto no busca otra cosa que darnos a conocer y participar del amor infinito de Dios, quien participará al hombre que elija oír su llamado de la felicidad eterna. Allí reside el secreto de la vida.
Siendo así, no tenemos más que oír el llamado de Cristo (como hemos visto, esa respuesta-llamado a la sed de infinito del hombre) y acoger su misterio: sus dichos y sus hechos, su vida y su muerte, su sacrificio por la humanidad toda.
Pero este llamado no guarda relación con otros por igual: en aquélla época, los jóvenes solían buscar un maestro o rabí para formarse y algún día ser como ellos; sin embargo, Jesús sale al encuentro de sus discípulos con el "Ven, ¡Sígueme!" que cala hondo tanto en publicanos como zelotes, en pobres como ricos, en pecadores como justos; todos son invitados a la adhesión incondicional del Hijo del Hombre.
Este llamado de Cristo implica una misión a cumplir: ser perscadores de hombres, anunciar el reino de Dios. "La llamada es apremiante -expresa el autor de la catequesis- La respuesta debe ser rápida y sin reservas. No valen excusas sutiles, ni hacerse el sordo. Ante su llamada no se puede tergiversar nada ni tomarse ningún tiempo para realizar otras tareas humanas. A la llamada de Jesús para el Reino los discípulos responden inmediatamente y con toda la vida. Esa misión de los discípulos comporta el mismo riesgo a que ha estado sometido el maestro".
Este llamado de Cristo exige entrega generosa. Al fin y al cabo, el cristianismo prende entre los apasionados por la verdad y por el amor; mil maneras de buscar una sola cosa, que cabe expresar con distintas palabras: felicidad, amor, alegría, razones para vivir, etc.
Este llamado implica al cristiano hasta el pescuezo, a dar la vida toda. La vida de Cristo es fiel testigo de esta característica: todo gira en torno a la misión del Hijo del Hombre en la tierra, todo lleva al momento cúlmen en que su sangre es derramada para limpiar la mancha del pecado original. Podrán cambiar las modalidades, pero la misión sigue exigiendo lo mismo: entregar la vida. La sed de infinito que expresan las anteriores catequesis, se ve capaz de ser saciada gracias a la propuesta del Señor, pero sólo puede realizarse si brinda una respuesta de amor. Exige valentía por parte del hombre. ¡Nunca es tarde para dar el paso!.

La historia de toda vocación cristiana es la historia de un diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor. Un encuentro de dos libertades. Nada más sagrado, nada que exija más respeto.

Pero es posible decir no...

El joven rico se acercó a Jesús preguntando por el algo más que le faltaba. Había vivido cumpliendo los mandamientos desde pequeño. Cuando el joven pregunta sobre el 'algo más': "¿Qué me queda aún?", Jesús lo mira con amor y este amor encuentra aquí un nuevo significado. Jesús añade: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme".

Una vez más la catequesis busca descartar la percepción de la fe como un complejo cumplimiento de un cuerpo estatutario que otorga al obediente a la ley la calidad de "cristiano", y a quien incumple, el rótulo de "impío". Ante todo el cristianismo es conocer, amar, imitar y testimoniar a Jesucristo. Es descartar la vida como proyecto y asumirla como vocación (vocare, "llamado").

Existe la posibilidad de no responder a ese llamado. Dios respeta ante todo la libertad que nos fue concedida de su diestra generosa. Pero pobre de él; no será capaz de comprender que las palabras no pueden decir lo que el amor es capaz de hacer.
El cristianismo sólo se puede vivir en plenitud si se vive desde la llamada. "Si quieres" dice el Señor. Él respeta nuestra decisión, nuestra libertad.

La venida del mismísimo Dios

Redacción: Zico

A medida que el hombre va progresando en el camino de la maduración, descubre que "algo" motiva sus acciones, su quehacer cotidiano. Su acción busca un propósito; su naturaleza, por defecto- lo inclina hacia la búsqueda de lo bueno y lo bello, y es así donde reside una división: si bien aspiramos a lo alto, este deseo choca frente a las bajezas que padece como miembro del género humano. La vida aparece, visto de esta manera, como una continua tensión entre lo que anhelamos (infinito) y lo que poseemos ('finito'). "Somos contradictorios -se puede leer en la catequesis n°4-Ponemos énfasis en nuestro interés de conseguir unas metas en las que esperamos encontrar la felicidad, pero, conseguidas esas metas, sentimos que lo que buscábamos era mucho más que lo que hemos logrado. Sentimos una sed imperiosa de más, una sed insaciable; soñamos lo infinito, pero los logros son siempre finitos."

Incluso la lectura induce a pensar en el carácter paradójico de la respuesta que Dios da al hombre: Cristo, sin dejar su condición divina, adopta la humanidad a través de la Encarnación. A través de este hecho trascendental de la Historia de la Salvación, se abre la puerta del "reino de Dios", corazón de la predicación de Jesús.
La venida del reino no es otra cosa que la venida del mismo Dios, que en su cercanía, nos invita a participar de su vida divina. Cada uno de nosotros es responsable de aceptar o rechazar tal invitación, a sabiendas que afuera "sólo hay llanto y rechinar de dientes".

"Se ve con claridad que el cumplimiento de las aspiraciones más auténticamente humanas no es resultado de nuestro empeño, sino acción de Dios, donde Dios que nosotros acogemos agradecidos".
El camino al Reino encierra en sí un proceso. La parábola del grano de mostaza, pequeño y apenas perceptible, que será luego árbol que dará sombra a pájaros que allí se recuesten intenta aludir el camino de ascensión que el cristiano debe asumir, pero también evidencia la transformación: la evidencia del Dios cercano transforma al hombre desde sus entrañas; libera sus posibilidades. Esta presencia cercana implica descubrir a Cristo y los misterios de su vida. Los misterios son sus dichos y sus hechos; su vida y su muerte; en fin, su entrega a la humanidad a través del ofertorio de la Cruz. El cristianismo es ante todo conocer la persona de Cristo, y no un compendio de doctrinas.

Si no hubiéramos escuchado nunca el Evangelio y no lo conociéramos, no tendríamos que decidirnos a favor o en contra. Pero aunque sea en medio del ruido, la confusión, las dudas, los deseos más nobles y las contradicciones personales, el anuncio del Evangelio nos alcanza hoy también a nosotros. Jesús nos revela en él la cercanía de Dios. Quedamos fascinados, atraídos por el "Maestro bueno" en quien, lo presentimos, podemos encontrar lo que más necesitamos. Al ser alcanzados por el Evangelio, también quedan patentes nuestras limitaciones, las distintas formas de egoísmo que nos bloquean y esclavizan. Pero justamente de esto, lo sabemos, el Señor puede librarnos. Él nos dice: "Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia" (Mc 1,15). Si lo tomamos en serio y dejamos que resuene en nuestro interior, resulta ser una propuesta que desafía nuestra libertad. No podemos sustraernos; tenemos que rechazarlo o atrevernos a acogerlo. Jesús es el único que puede colmar nuestras aspiraciones.

miércoles, 27 de julio de 2011

La espera del hombre halla una respuesta con nombre.

Redacción: Zico

La respuesta a la espera no son ni principios doctrinales ni un camino moral para seguir, sino un nombre, y no es otro que Jesucristo, Verbo divino hecho hombre, encarnado. Dios ha respondido enviando a su Hijo. Un Hijo al que podemos llamar por su nombre propio: Jesús.

La tarea de este hombre, que se reconoce insatisfecho y capaz de lo infinito -Capax Dei-, consiste en conocer, y conociendo, amar; y amando, imitar; e imitando, podrá testimoniar.

'Dios se ha hecho hombre' implica una afirmación tan simple que puede ser tomada con frivolidad, casi de igual manera que un 'hoy hace frío'. Pero un breve repaso y meditación de ciertas verdades alojadas al interior de tan simple proposición hacen salir de esta pasividad.

Antes que nada, "Dios se abaja para encontrar humanamente a los hombres", señala el texto catequético. Lo que la tradición cristiana denomina 'condescendencia', implica una humillación de Verbo Divino, quien se despojó de su condición, descendió de la eternidad, penetró en la temporalidad adoptando la condición humana por medio de una Virgen, y se hizo siervo y cordero para la oblación pura.
Significa toda una novedad en la historia de la Salvación del Hombre. Dios ya no habla por medio de profetas; ahora, quien hablará sera su Hijo. Los discípulos, primero azorados y luego crédulos, manifestarían a firme voz que no podrían callar lo que habían visto y oído de la Palabra hecha carne.
Este acto divino y humano -esta condescendencia- implica un amor gratuito y desbordante para con el hombre, única criatura capaz de entrar en diálogo con su Creador. El himno litúrgico Te Deum es prueba viva capaz de hacer comprender este rebajamiento."¡La Iglesia canta llena de asombro que a Jesús no le ha producido horror ser concebido en el seno de la Virgen!", concluye el texto.

Sin embargo, esta respuesta de Dios, manifestada como un "encuentro" y gesto de amor, precisa del recibimiento del hombre y de su aceptación de ese amor. La reflexión de la Anunciación bien lo evidencia. Dios ha querido venir, pero con la voluntad de una muchacha Virgen.
Dios respeta al máximo el don de libertad que obsequia al género humano. Por ello, el método elegido por Dios -el encuentro- exige al hombre la elección de seguir a Cristo en cada una de las instancias de la vida. El Evangelio abunda en numerosos encuentros de Jesús con los hombres de su tiempo. Allí, Dios elige llegar con palabra humana, a pesar de no haber mérito en la raza humana más ser la criatura hecha a imagen y semejanza. A fin de cuentas, el encuentro con Jesucristo pone al hombre ante la encrucijada de seguirle o dejarle el paso.
Este es sólo el comienzo, pues la decisión de seguirles -físicamente sus discípulos,espiritualmente nosotros- se pone a prueba día a día.

La Catequesis preparatoria a la JMJ N°3 culmina así: Una tarde, viendo que muchos le habían abandonado, «Jesús dijo entonces a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?". Le respondió Simón Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 67-69). Dios se ha hecho hombre y nos ha salido al encuentro para que cada uno de nosotros, un día, podamos hacer nuestras las palabras de Pedro.

martes, 26 de julio de 2011

La respuesta a la espera del hombre

Redacción: Zico

Reflexión sobre la Catequesis preparatoria a la JMJ n° 2.

La vida del hombre en la tierra exige encontrar una respuesta a lo infinito. Esto pone al hombre en búsqueda, o en todo caso, "en espera". Pero... ¿qué se espera? o bien, ¿a quién se espera?.
El hombre -comenta Benedicto XVI- es un ser un tanto paradójico, pues siendo 'finito' ansía lo infinito. Pero además de ello, desde antiguo el hombre cayó en la tentación de negar su limitación, o bien de renegar su apertura a lo infinito.
La primera falla, se evidencia a través de la soberbia, de la sobreestimación. Un ejemplo llevado al plano ideológico, pero plasmado en la realidad, lo constituyen ciertas prácticas que pecan de cientificistas. El hombre, por ejemplo, se cree capaz de condicionar, poniendo principio o dando fin, a la vida misma.
La otra corriente la domina el escepticismo. El vacío a ser llenado por la Gracia Divina se profundiza cada vez más en el consumo de satisfacciones efímeras y limitadoras."¡Como si la multiplicación de lo limitado pudiese tener como resultado lo infinito!", ironiza el Papa.
Pero en el mundo no coexisten pretenciosos y escépticos; todos somos un poco de cada uno. "El problema -señala Benedicto- es que decir 'soy capaz de por mí mismo', o por el contrario, afirmar 'no es posible', son dos formas de censurar y negar la paradoja del ser hombre". Ambas son, a criterio del Sumo Pontífice, dos formas de abandonar la espera.

Se trata de una espera que el Antiguo Testamento exhibe y revela: es posible de ser sostenida en el conocimiento de que Dios sale al encuentro de un hombre aturdido por el pecado. Así comienza la Historia de la Salvación, que no es más que el salir al encuentro de Dios por su criatura creada a imagen y semejanza.
Este salir al paso no consiste en un "salvavida"; más bien, constituye un depósito de sobreabundancia, ya que Dios no abandona al hombre a pesar de su caída (ya sea en la soberbia del Edén, ya la idolatría al pie del Sinaí).
La respuesta de Dios consiste en Jesucristo: esta es la respuesta d Dios a la espera del hombre. "Sintetizando al máximo, el cristianismo dice de sí mismo esto: Dios envía a su Hijo".
Benedicto califica esta sentencia como "sencilla y radical", puesto que en el envío de Dios la sed humana queda saciada.
Pero el Hijo no es un mero enviado, no es un mero profeta. El hijo es "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre", como reza el credo niceno-constantinopolitano.
Pero no queda todo allí: "Dios se ha hecho hombre para responder humanamente a nuestra sed". Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida verdadera, que sacian la espera del hombre.
"Si el cristianismo es Dios que envió a su Hijo, si Jesucristo es la respuesta que Dios ha ofrecido humanamente a la espera del hombre, entonces 'la cuestión fundamental' de la vida es encontrarse con Él", termina por concluir el Vicario de Cristo en su segundo mensaje previo al encuentro físico con los jóvenes de todo el mundo.

domingo, 24 de julio de 2011

La pregunta religiosa: esa inquietud por lo infinito

Redacción: Zico

La Jornada Mundial de la Juventud no es un evento más entre otros que abarrotan la agenda durante todo el año. Para tomar dimensión de la magnitud y la significación que tiene el encuentro entre el Papa y los jóvenes del Globo, Benedicto XVI preparó una serie de catequesis que tienen como norte llegar con el alma bien dispuesta al de 16 de agosto en la capital española.

Aquí, un comentario sobre la Catequesis N°1:


En nuestras vidas, alguna persona puede habernos hechizado por un momento, ya sea por su belleza, su expresión, o la rememoranza que trae a colación y que impacta en nuestra retina.
Ese "reguero de luz" que aparece ante quien detenidamente observa, se marchará en algún momento y dejará a quien atentamente escrutaba con cierta angustia -me atrevería a decir, "existencial"-.
Benedicto XVI trae a colación a un poeta español, José Martinez Ruiz (conocido como "Azorín"), para evocar esta circunstancia que todo hombre vive, y que identifica como su "capacidad de lo infinito". Ciertas circunstancias permiten descrubrir quiénes somos, rompiendo con toda imagen reducida de nuestro ser hombres. Son circunstancias, como señala el Sumo pontífice, que "no dicen lo que nos falta, sino que hacen presente la intuición de lo eterno para lo que estamos hechos".
Amar es una de esas experiencias. Amar a la familia, los amigos, la mujer con la que compartirá la vida. El amor (o también la angustia, la tristeza) suscita experiencias en cada una de nuestras vidas que hacen caer en la conciencia de lo infinito. El deseo del bien, el repudio a la injusticia, la contemplación de un valle hundido entre montañas nevadas eleva el espíritu del hombre, quien se reconoce ínfimo ante semejante espectáculo, y cuestiona su permanencia en el mundo.
"¿Qué hago aquí? ¿Cuál es el sentido de la vida?", todas preguntas que buscan responder lo que la tradición universal ha denominado "Pregunta religiosa", esa búsqueda de lo infinito por parte de la humanidad.
Cuando se piensa en "lo infinito" no se debe acotar esta experiencia a una tarde refrescada por el viento primaveral o un momento de melancolía. El Papa señala con énfasis que esta experiencia es bien simple; remite a "la vida". "No es una dimensión de la vida -señala Benedicto- sino de la vida con todas sus letras. Es el hilo conductor que da unidad a cada instante, la unidad que engendra este deseo que atraviesa cada célula de tu ser".
Todo hombre percibe este deseo, sea o no capaz de expresarlo, porque la pregunta religiosa es la pregunta sobre la vida y su significado.
"La tradición cristiana ha descrito esta realidad hablando del hombre como capax Dei". El hombre, por la simple luz de su razón, posee la capacidad de intuir la presencia de un Ser Supremo, de una causa incausada, de un primer motor. Aristóteles así lo evidencia; Santo Tomás de Aquino lo lleva en puño y letra a las Cinco vías del conocimiento racional de Dios.
Una vez despierta la conciencia, comienza en el hombre el camino que lo conducirá a perseguir lo infinito. Es una carrera a la que se siente inclinada todo hombre; no solamente los atléticamente "religiosos". La multiplicidad de religiones lo manifiesta. Reza el Concilio Vaticano II: "Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana".
La carrera que emprenderá el hombre en busca de la felicidad eterna puede hallar tropiezos, puede ocasionar una parada que signifique el abandono del camino. "La sed que reseca la garganta del hombre dice a éste que es capaz de beber, no que el mismo hombre sea el manantial fresco", aclara el Papa. Aparece entonces el reconocimiento del hombre como imperfecto, incapaz de dar respuesta a su necesidad. "¡Ven, manifiéstate!", grita cada fibra de una humanidad suplicante.
Y Dios no ha dejado sin respuesta al hombre. Cierto es que la razón conduce a conocer a Dios, pero ello no basta. "Existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, y es la Revelación Divina", responde ahora el primer Concilio Vaticano.
"Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo", concluye Benedicto.
Reconocer esta incesante pregunta que retumba en los oídos de todos los hombres da al cristiano un sentido de unidad para con toda la sociedad. En esto se llena de optimismo, y entiende que toda manifestación -artística, literaria, musical- es una búsqueda de lo que ansía nuestro corazón.
Y el cristiano no teme hablar de su búsqueda con todos. Incluido con aquellos que se ríen de él, que lo tachan de iluso o visionario.