viernes, 5 de agosto de 2011

Madrid, el escenario de la próxima JMJ

La próxima Jornada Mundial de la Juventud a desarrollarse en Madrid brindará a los miles de peregrinos una vasta oferta cultural y recreativa. Quienes hagan parada en la capital española podrán servirse de la desplegada red de subterráneos ('metros') que conecta con tranvías, ferrocarriles ('renfes') y el sistema municipal de transporte, dispuesto para cubrir la demanda sobre el nutrido repertorio turístico.
 
El Metro español guarda la fama de ser uno de más innovadores de todo el mundo. Sin contar las concesiones, cuenta con 12 líneas que cubren algo más de 290 kilómetros. Muchas de ellas poseen doble, triple y hasta cuádruple combinación. Además, la estación ferroviaria de Atocha, conocida por el atentado que en ella se perpetró el 11 de marzo de 2004, conecta con la red subterránea y es el principal nodo de vialidad de Madrid, del área metropolitana y de la  red ferroviaria española. Atocha es el punto de encuentro de autobuses urbanos e interurbanos, taxis, trenes de Cercanías, de media y larga distancia y de Alta velocidad, lo cual permite un rápido traslado a otros centros turísticos como Ávila, Toledo o San Lorenzo del Escorial.

Paseos imperdibles
Madrid, como capital de España, nuclea en sus calles la sede de Gobierno, las Cortes Generales, ministerios y la singular residencia de lo Reyes; además, se alza como el principal centro financiero del país y la cuarta ciudad más rica de la Unión Europea, por detrás de Londres, París y Moscú. Con todo, esta Villa milenaria alberga espacios artísticos de renombre internacional, como el Museo del Prado, singularmente rico en obras del siglo XVI y XIX. De menor fama es el Museo Reina Sofía, vértice sur del Triángulo del Arte que compone junto al Prado y el Thyssen-Bornemisza, una pinacoteca que colecta las obras recavadas por siete generaciones de la familia homónima. Además, en Madrid se celebra año por medio el Cibeles Madrid Fashion Week, la exposición de Moda más influyente de la península ibérica.
Las amplias plazas destacan las imponentes obras arquitectónicas

También es de sumo interés el paseo por el Estadio Santiago Bernabeu, casa del Real Madrid desde el año 1947. El mismo, sito a escasos metros de la boca de la línea de metro 10, puede visitarse todos los días del año, salvo en Navidad, y hasta 5 horas antes de un partido oficial. El club dispone de una visita turística que comienza a través de una vista panorámica a altura, atravesando el campo de juego y concluyendo en los vestuarios de los jugadores.

La gastronomía no pierde lugar en esta ciudad. Los paseos por comercios -que suelen abrir de 9 a 20 en días laborales- se ven interrumpidos por la visita a algún café, en busca de aire o para degustar alguna típica comida. Sin embargo, aparece cada vez más fuerte el tapeo como alternativa en las paradas. Estos lugares solían ser tiendas de despacho de vino, pero con el tiempo fueron ganando espacio para la degustación de manjares caseros y algún que otro aperitivo.

Madrid ofrece para quien lo desee una historia en cada esquina y un atractivo paseo para todos los gustos, al simple alcance de cualquier medio de transporte. A todo esto que la Ciudad hereda por naturaleza, debe sumarse la amplísima oferta cultural que se desarrollará con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, y que contará con conciertos, exposiciones, visitas y festivales de cine.

jueves, 4 de agosto de 2011

Nos entregó su Corazón - Catequesis n° 9

El fin de esta catequesis es ayudar a los jóvenes a preparar la Consagración de la Juventud del Mundo al Sagrado Corazón de Jesús que realizará el Santo Padre Benedicto XVI en la próxima Jornada Mundial de la Juventud.

La primera catequesis, que da comienzo al camino de preparación para la Jornada Mundial de la Juventud, ponía de manifiesto la búsqueda interior del hombre, que se manifiesta en la persecución de la felicidad. Este deseo del hombre no halla una respuesta en la glotonería de los bienes efímeros, ya que su naturaleza lo llama -aunque no se percate- hacia algo más alto, más puro, más noble. "El hombre está creado para lo que es grande, para el infinito”, sentenció alguna vez Benedicto XVI, con motivo de la la JMJ de este año.
Esta persecución del hombre en busca de la felicidad lo impulsa a añorar un amor que lo abrace fervientemente, de
manera sostenida y verdadera; en fin, un amor sólo posible de ser transmitido por Dios. "Dios se nos ha manifestado precisamente como el Amor infinito, eterno, personal y misericordioso que responde de un modo pleno a las ansias de felicidad que hay en el corazón de todo hombre", responde la catequesis.
Pero el corazón de todo hombre se mantiene inquieto frente a este abrazo Paternal, en parte por ser el hombre un ser finito, y en parte por ser pecador. "Una y otra vez tropezamos con la piedra de nuestro egoísmo -reza el texto catequético-, del desorden de nuestras pasiones que nos impiden alcanzar ese Amor. El corazón del hombre 'necesitaba' de un Corazón que estuviera a su 'nivel' y que por otro lado fuera omnipotente para sacarlo de su finitud y de su pecado. En Jesucristo Dios ha salido al encuentro del hombre y nos ha amado 'con corazón humano' ".
Y el Amor que Dios tiene por el hombre ha llegado a la plenitud en la Cruz. Hasta allí ha llegado el Amor de Dios, que ha hecho morir a su Hijo para redimir nuestra suerte de pecadora en justa. Del costado abierto de Cristo en la cruz, el hombre despierta a la vida divina, descubre el Amor de Dios y comprende y asimila una forma de amar. Del Corazón de Jesús, vivo y resucitado, brota la fuente en la que el hombre debe beber para saciar su sed infinita de amar y ser amado. Es, por tanto, en este encuentro personal «de corazón a Corazón» donde el hombre vive “arraigado y edificado en Cristo, firme en la fe” (Col. 2, 7)

Durante siglos, la Iglesia ha fomentado la devoción ante el Sagrado Corazón de Jesús. Es Cristo en persona quien manifiesta a Santa Margarita María Alacoque "el Corazón que ha amado tanto a los hombres y que no recibe más que ingratitudes y afrentas". "Junto a esta santa tenemos que destacar a San Claudio de la Colombiere S.J. -menciona el texto catequético-. Fue el director espiritual de Sta Margarita Mª. Será el encargado de propagar el mensaje del amor del Corazón de Cristo por los lugares más lejanos".

La Consagración al Corazón de Jesús es un acto con el que los jóvenes del Mundo, presididos por el Santo Padre, dirigirán sus miradas confiada a Jesucristo, para pedirle les ayude a vivir “arraigados y edificados en Cristo y firmes en la fe” (Col. 2, 7).
Por último la consagración es un acto de amor. Los jóvenes del tercer Milenio como el apóstol Tomás queremos “tocar a Jesús, metiendo la mano en las señales de su Pasión, las señales de su Amor” (Mensaje JMJ).

Al consagrarnos “tocamos a Jesús”, renovando la gracia de nuestro bautismo con la que fuimos introducidos de lleno en ese Amor. Se afianza en nosotros el deseo de beber constantemente en las fuentes de donde brota la vida divina que son los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y el Sacramento del Perdón. Y por último nos introducimos en su mirada misericordiosa para poder estar siempre cerca de los más pobres y enfermos, siendo para ellos manifestación palpable del Amor de Dios.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Envió su Espíritu - Catequesis n° 8

Lenguas de fuego descendieron entonces sobre los discípulos, y estas inflamaron sus pechos y sus gargantas. Así, hombres venidos de diversas geografías oían a los doce rústicos galileos pronunciar la Palabra de Dios en sus lenguas nativas, y llenos de duda se preguntaban quiénes eran estos. Algunos osaron pensar que estaban borrachos, pero Pedro salió a su encuentro, diciendo que era lo que dijo el profeta. "Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra" (Hch 2, 1-19).


Jesús cumple en Pentecostés la promesa del 'Paráclito' (aquel que es enviado), que permanecerá junto a su Iglesia hasta el fin de los tiempos. Con Pentecostés se perfecciona el descubrimiento de las Tres Personas de la Naturaleza Divinda: el Padre Creador, el Hijo Redentor y el Espíritu Santo

El cristiano recibe la unción del Espíritu Santo a imagen de Cristo

Las profecías del Antiguo Testamento, animadas por la acción de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, llegan a su cumplimiento en Jesucristo, el Mesías, el Ungido. Si bien Cristo, como Dios, recibe la unción del Espíritu, durante su vida terranal incorpora al Espíritu, que desciende sobre la humanidad de Jesús.
"Todo esto tiene un sentido -se lee en la catequesis- El Verbo asume la carne para que el ser humano pueda ser glorificado por el Espíritu Santo y así participar de la condición divina. Si la "carne" (humanidad) de Cristo se va "espiritualizando", recibiendo progresivamente la efusión del Espíritu hasta la glorificación total, lo hace con el fin de que también todo hombre pueda ser glorificado en Cristo por la acción del Espíritu Santo".
Al ser creados, hemos recibido una gracia natural: el don de ser moldeados por el Padre con sus manos . Por el bautismo el hombre es recreado, gracia santificante mediante. Pero es tanto el amor de Dios que ha querido asociarme más hondamente a su propia vida, no sólo concediéndonos una naturaleza capaz de comunicarse con Él, sino también hace posible ser otro Cristo, a imagen del Verbo encarnado.

El Espíritu en la vida de la Iglesia

Menciona el historiador Hilaire Belloc que nada hay más errado que pensar que la historia de la Iglesia ha sido calma desde sus inicios y hasta nuestros tiempos. Verdaderamente, la barca del Señor ha debido atravesar numerosas tempestades, aunque en ello no se ha visto sola: el Espíritu Santo obra continuamente sobre la esposa de Cristo y Cuerpo Místico para encauzar y guiarla en su fin, que no es otro que la salvación de los hombres.
La vida moral de los cristianos, y por tanto la vida de la Iglesia, está sostenida por los dones del Espíritu Santo. "Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios", menciona el documento. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben, hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17).

El don de piedad es la gracia de saberse hijo de Dios, como Jesús (cf. Lc 3,21s).Nos lleva a la confianza, la audacia y la familiaridad con Dios.
El don de sabiduría es el impulso del Espíritu para gustar de las cosas de Dios como por connaturalidad, por una especie de instinto y de gusto por las cosas de Dios. Este don nos da la facultad de sintonizar con Dios.
El temor de Dios es el don del Espíritu por el que reconocemos su misterio y nos postramos en adoración ante Él como criaturas.
El don de entendimiento es el impulso interior que procede del Espíritu para comprender la revelación que acogemos por la fe. Consiste en la ayuda del Espíritu para penetrar en las verdades divinas y así irlas comprendiendo más. Sin perder su carácter de misterio el don de entendimiento nos permite entrar en la razonabilidad de las cosas divinas.
El don de ciencia es la luz que el Espíritu da para entrar más en profundidad en el conocimiento de las cosas humanas. Mientras que el don de entendimiento nos ayuda a penetrar en las realidades divinas.
El don de consejo es una luz por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se debe hacer en el lugar y en las circunstancias presentes.
El don de fortaleza es la fuerza de Dios para combatir frente a las tentaciones del mal espíritu, nos capacita para hacer el bien y evitar el mal y nos alienta para dar testimonio de la fe, incluso hasta la ofrenda final de la vida con el martirio.

Junto a ellos se asocian los Carismas, que en San Pablo tienen un carácter técnico que designa manifestaciones extraordinarias del Espíritu (1Co 12, 4. 9; 28. 30; Rm 12, 6). Desde este sentido, mientras que el don es una ayuda para la santificación personal, los carismas son gracias que uno recibe con vistas a la edificación de la Iglesia.

La resurrección trae una vida nueva - Catequesis n° 7

Redacción: Zico

¡Es verdad! ¡El Señor resucitó y se apareció a Simón! (Lc 24,34). Es el grito de los discípulos a los de Emaús cuando, después de encontrarse con Jesús, vuelven a la comunidad de Jerusalén. Tarde han caído en la cuenta de que quien los acompañaba por el camino era el mismísimo Ungido, ya resucitado, aunque transformado; ya no es lo mismo. Su humanidad ha recibido la plenitud del Espíritu Santo.
Aparecen en las Escrituras dos formas similares de mencionar este hecho transcendental de la Historia de la Salvación, aunque no iguales. Primeramente, San Pablo escribe a los corintios que "Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder" (1 Co 6,14). Más adelante, aparecerá la expresión "Cristo resucitó" (1 Co 6,14). Ambas son manifestaciones del poder de Dios.

La resurrección funda la fe de la Iglesia, y es centro y origen de la fe cristiana, pues si Cristo no resucitó, el mensaje no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe (1 Co 15, 17). Al igual que los testigos del retorno de la muerte de Cristo, el apóstol de los gentiles no puede callar lo que ha visto y oído; hace suyo el mensaje del hijo de Dios y lo hace manifiesto.

Manifiesta que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras.
Recalca que fue sepultado.
Atestigua que resucitó al tercer día, según las Escrituras.
Asegura que se apareció a Pedro y a los Once; a la Virgen Santísima y a las mujeres santas de Jerusalén, y a una multitud de más de 500 personas.

La muerte no es un hecho olvidado en esto. Es importante certificar -e incluso históricamente- que murió y se le dio sepultura. Es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. La fe de los discípulos fue puesta a prueba en la Pasión y Muerte de Jesucristo, anunciada previamente por Él mismo. Al fin de cuentas, la fe cristiana se funda en la victoria de la vida sobre la muerte. Es esto lo que nos salva, la fe que nos libera del mal, del pecado y de la muerte.

Contemplar la pasión del Cristo y su triunfal resurrección enseña a la humanidad a transformar el sufrimiento inevitable que depara la vida en la tierra y la frustración en una airada esperanza. "¡Es posible algo nuevo! ¡Es posible el cambio!", expresa el catequista.
Hay que comprender este hecho como complemento de la muerte. Si por Jesús somos liberados del pecado y de la muerte, por la resurrección se abre el camino de una vida nueva; la vida eterna, sí, pero también es simplemente otra vida: esta vida en el mundo, que abierta a la recepción del Espíritu Santo y la Gracia Santificante, nos abre la participación, aunque de manera imperfecta, de la que gozaremos en la Patria Celestial.

Esta gran noticia no puede ser silenciada; requiere ser comunicada. Es más fuerte la experiencia que el temor al qué dirán.
El crucifijo con Jesucristo escarnecido es signo de la entrega de Dios por los hombres. Pero el crucifijo a sólas es imagen de la Resurrección del Señor. Cristo ha bajado de la Cruz que voluntariamente aceptó. Son verdades que, al igual que los apóstoles, una vez asumidas, mueven a quien las recibe a la acción.

lunes, 1 de agosto de 2011

Se entregó por nosotros - Catequesis n° 6

Redacción: Zico

Resulta imposible abstraer de la experiencia humana el dolor. Este sentimiento acompaña la vida entera del hombre, desde el llanto del parto hasta el agónico suspiro del momento final. Sin embargo, uno no permanece inerte frente a esta situación; al contrario, in
tenta legítimamente erradicar el dolor. Pero el dolor es una experiencia que el hombre busca combatir, pero que no debe volverse un fin último en si, ya que esto llevaría irremediablemente a a la frustración.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿El dolor conlleva la ruina y la tristeza para el que sufre? ¿Es posible sufrir y ser feliz? Si el objetivo final es abolir el sufrimiento para poder ser feliz, sería imposible la felicidad en esta tierra, porque es imposible eliminar totalmente el dolor. Entonces, ¿cómo integrar el dolor, las debilidades e incapacidades para que la vida sea auténticamente lograda?, ¿cómo compaginar una vida plena y auténtica cuando el dolor sobreviene?

Ante una situación de pesar, el hombre enfrente la vía del reconocimiento o el desentendimiento. Pero finalmente, la realidad lo hará topar con esa situación que quiso evadir, y no tendrá más remedio que preguntarse "¿Por qué?" (la muerte de un joven, la pérdida de un amigo, etc.). Por ello es importante dar aceptación a este trauma, y así, integrarlo a la vida. Hay madres que viven felices a pesar de haber perdido a su hijo, y esto se explica en que han sabido conciliar el dolor con la aceptación de lo real.
Incluso el sufrimiento abre al hombre las puertas de la perfección. Podemos admitir que sufrir no es bueno -porque se padece una situación traumática-, si bien ayuda en las distintas etapas de la vida, porque permite superar obstáculos similares que se presenten, como también ayuda a conmover el corazón frente al dolor del otro. Su efecto es un corazón más comprensivo, más abierto para amar.
"El que ha sufrido sabe compadecerse mejor que el que no ha tenido esa experiencia. Por eso Dios mismo ha querido entrar en el camino del dolor. Dios, en su Hijo Jesucristo, ha asumido totalmente nuestro dolor para así consolarnos", resume el texto catequético.
Cierto es que Dios permite el dolor humano; que podría abolirlo y librarnos de él. Sin embargo, ha querido sostener el don de la libertad del hombre, y por ello acepta que el hombre se haya apartado de Él, abriendo las puertas al pecado, la muerte y el dolor. Sin embargo, su respuesta consiste en rebajar a su hijo a nuestra condición, hacerlo experimentar el padecimiento de la carne humana, "y morir de la forma más ignominiosa". El más bendito acaba su pasar por la tierra como el más maldito de todos los seres que sobre su faz se concentran.
¿Cuál es la respuesta de Dios ante el sufrimiento de su Hijo? El silencio. Nosotros diríamos: pero, Dios mío, ¿por qué no haces algo? Dios calla. Es un escándalo. Él lo podría haber evitado. Pero no, no lo hizo. ¿Por qué? ¿Por qué dejó que su Hijo muriese, sufriese? ¿Por qué en Getsemaní, cuando su Hijo con lágrimas en los ojos y sudando sangre de angustia le pidió clemencia, que pasase de Él ese cáliz amargo de sangre, por qué en ese momento calla? Es el Misterio de Dios, el Misterio del sufrimiento, el Misterio del hombre.

Nunca terminaremos de comprender este Misterio, por el cual el Hijo del Hombre se halla con la afrenta del Padre, con su silencio. ¡¿Acaso hay expresión más viva de este dolor, que Cristo escarnecido en la Cruz, gritando 'Padre, ¿por qué me has abandonado?' !?.

Ante una situación de dolor, el hombre puede redundar en buscar una respuesta a ella. Por qué y para qué se vuelven los interrogantes en busca de respuesta. En el Misterio de la Cruz, es posible contemplar que Jesús acepta libremente la muerte. ¿Para qué? Para liberarnos del pecado, con tal eficacia que la redención afecta a cada uno de los hombres de forma personal. Si antes la culpa de uno había recaído sobre todos, ahora el sacrificio de Uno valdría por la salvación del género humano.

La contemplación de Cristo nos permite ver cómo su muerte es fuente de vida. Es normal que el dolor asuste -así le pasó a Jesús en el huerto de los olivos- pero cuando se acepta y se integra como paso necesario para una vida resucitada es fecundo. Por eso dirá Santa Teresa de Jesús: "En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo". La Cruz es el único medio que tenemos para ascender hasta Dios. Lo que no lleva esta marca no es bien celestial y no llega a buen término. Sólo se deja paso libre a lo que está marcado con esta señal. Debemos preguntarnos a cada instante si nuestras acciones salen airosas al confrontarlas con la Cruz. Sólo entonces son legítimas y están orientadas hacia la eternidad, hacia la vida. El que entra seriamente en el camino de la Cruz, quedará cambiado en su interior, maduro, lleno de suavidad y dulzura.

Cabe reflexionar ya no por qué nosotros sufrimos, sino por qué sufrió Él.

sábado, 30 de julio de 2011

Responder a una llamada

Redacción: Zico

"En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna"

Con estas palabras se dirigía el Beato Juan Pablo II a miles de jóvenes que oían atentos sobre las calles de Roma, en la JMJ del año 2000. Con estas palabras, el entonces Papa procuraba que cada joven urgara su interior y evaluara si eran éstos los deseos que allí guardaba. Pero Juan Pablo II no se limitaba a tan solo mencionar esto, sino que declaraba con vigor que es Jesús a quien uno busca y espera. El recóndito llamado del alma que me impulsa a encontrar una respuesta al vacío existencial tiene respuesta en Jesús.

Ahora bien, la presencia en este mundo de cada uno de los individuos no es fruto del azar ni un yerro del destino ni un absurdo que precisa explicación. La temporalidad se gobierna por una causalidad, y esta misma revela que a cada hombre se le ha asignado un puesto, un lugar. Este puesto no busca otra cosa que darnos a conocer y participar del amor infinito de Dios, quien participará al hombre que elija oír su llamado de la felicidad eterna. Allí reside el secreto de la vida.
Siendo así, no tenemos más que oír el llamado de Cristo (como hemos visto, esa respuesta-llamado a la sed de infinito del hombre) y acoger su misterio: sus dichos y sus hechos, su vida y su muerte, su sacrificio por la humanidad toda.
Pero este llamado no guarda relación con otros por igual: en aquélla época, los jóvenes solían buscar un maestro o rabí para formarse y algún día ser como ellos; sin embargo, Jesús sale al encuentro de sus discípulos con el "Ven, ¡Sígueme!" que cala hondo tanto en publicanos como zelotes, en pobres como ricos, en pecadores como justos; todos son invitados a la adhesión incondicional del Hijo del Hombre.
Este llamado de Cristo implica una misión a cumplir: ser perscadores de hombres, anunciar el reino de Dios. "La llamada es apremiante -expresa el autor de la catequesis- La respuesta debe ser rápida y sin reservas. No valen excusas sutiles, ni hacerse el sordo. Ante su llamada no se puede tergiversar nada ni tomarse ningún tiempo para realizar otras tareas humanas. A la llamada de Jesús para el Reino los discípulos responden inmediatamente y con toda la vida. Esa misión de los discípulos comporta el mismo riesgo a que ha estado sometido el maestro".
Este llamado de Cristo exige entrega generosa. Al fin y al cabo, el cristianismo prende entre los apasionados por la verdad y por el amor; mil maneras de buscar una sola cosa, que cabe expresar con distintas palabras: felicidad, amor, alegría, razones para vivir, etc.
Este llamado implica al cristiano hasta el pescuezo, a dar la vida toda. La vida de Cristo es fiel testigo de esta característica: todo gira en torno a la misión del Hijo del Hombre en la tierra, todo lleva al momento cúlmen en que su sangre es derramada para limpiar la mancha del pecado original. Podrán cambiar las modalidades, pero la misión sigue exigiendo lo mismo: entregar la vida. La sed de infinito que expresan las anteriores catequesis, se ve capaz de ser saciada gracias a la propuesta del Señor, pero sólo puede realizarse si brinda una respuesta de amor. Exige valentía por parte del hombre. ¡Nunca es tarde para dar el paso!.

La historia de toda vocación cristiana es la historia de un diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor. Un encuentro de dos libertades. Nada más sagrado, nada que exija más respeto.

Pero es posible decir no...

El joven rico se acercó a Jesús preguntando por el algo más que le faltaba. Había vivido cumpliendo los mandamientos desde pequeño. Cuando el joven pregunta sobre el 'algo más': "¿Qué me queda aún?", Jesús lo mira con amor y este amor encuentra aquí un nuevo significado. Jesús añade: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme".

Una vez más la catequesis busca descartar la percepción de la fe como un complejo cumplimiento de un cuerpo estatutario que otorga al obediente a la ley la calidad de "cristiano", y a quien incumple, el rótulo de "impío". Ante todo el cristianismo es conocer, amar, imitar y testimoniar a Jesucristo. Es descartar la vida como proyecto y asumirla como vocación (vocare, "llamado").

Existe la posibilidad de no responder a ese llamado. Dios respeta ante todo la libertad que nos fue concedida de su diestra generosa. Pero pobre de él; no será capaz de comprender que las palabras no pueden decir lo que el amor es capaz de hacer.
El cristianismo sólo se puede vivir en plenitud si se vive desde la llamada. "Si quieres" dice el Señor. Él respeta nuestra decisión, nuestra libertad.

La venida del mismísimo Dios

Redacción: Zico

A medida que el hombre va progresando en el camino de la maduración, descubre que "algo" motiva sus acciones, su quehacer cotidiano. Su acción busca un propósito; su naturaleza, por defecto- lo inclina hacia la búsqueda de lo bueno y lo bello, y es así donde reside una división: si bien aspiramos a lo alto, este deseo choca frente a las bajezas que padece como miembro del género humano. La vida aparece, visto de esta manera, como una continua tensión entre lo que anhelamos (infinito) y lo que poseemos ('finito'). "Somos contradictorios -se puede leer en la catequesis n°4-Ponemos énfasis en nuestro interés de conseguir unas metas en las que esperamos encontrar la felicidad, pero, conseguidas esas metas, sentimos que lo que buscábamos era mucho más que lo que hemos logrado. Sentimos una sed imperiosa de más, una sed insaciable; soñamos lo infinito, pero los logros son siempre finitos."

Incluso la lectura induce a pensar en el carácter paradójico de la respuesta que Dios da al hombre: Cristo, sin dejar su condición divina, adopta la humanidad a través de la Encarnación. A través de este hecho trascendental de la Historia de la Salvación, se abre la puerta del "reino de Dios", corazón de la predicación de Jesús.
La venida del reino no es otra cosa que la venida del mismo Dios, que en su cercanía, nos invita a participar de su vida divina. Cada uno de nosotros es responsable de aceptar o rechazar tal invitación, a sabiendas que afuera "sólo hay llanto y rechinar de dientes".

"Se ve con claridad que el cumplimiento de las aspiraciones más auténticamente humanas no es resultado de nuestro empeño, sino acción de Dios, donde Dios que nosotros acogemos agradecidos".
El camino al Reino encierra en sí un proceso. La parábola del grano de mostaza, pequeño y apenas perceptible, que será luego árbol que dará sombra a pájaros que allí se recuesten intenta aludir el camino de ascensión que el cristiano debe asumir, pero también evidencia la transformación: la evidencia del Dios cercano transforma al hombre desde sus entrañas; libera sus posibilidades. Esta presencia cercana implica descubrir a Cristo y los misterios de su vida. Los misterios son sus dichos y sus hechos; su vida y su muerte; en fin, su entrega a la humanidad a través del ofertorio de la Cruz. El cristianismo es ante todo conocer la persona de Cristo, y no un compendio de doctrinas.

Si no hubiéramos escuchado nunca el Evangelio y no lo conociéramos, no tendríamos que decidirnos a favor o en contra. Pero aunque sea en medio del ruido, la confusión, las dudas, los deseos más nobles y las contradicciones personales, el anuncio del Evangelio nos alcanza hoy también a nosotros. Jesús nos revela en él la cercanía de Dios. Quedamos fascinados, atraídos por el "Maestro bueno" en quien, lo presentimos, podemos encontrar lo que más necesitamos. Al ser alcanzados por el Evangelio, también quedan patentes nuestras limitaciones, las distintas formas de egoísmo que nos bloquean y esclavizan. Pero justamente de esto, lo sabemos, el Señor puede librarnos. Él nos dice: "Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia" (Mc 1,15). Si lo tomamos en serio y dejamos que resuene en nuestro interior, resulta ser una propuesta que desafía nuestra libertad. No podemos sustraernos; tenemos que rechazarlo o atrevernos a acogerlo. Jesús es el único que puede colmar nuestras aspiraciones.