miércoles, 3 de agosto de 2011

La resurrección trae una vida nueva - Catequesis n° 7

Redacción: Zico

¡Es verdad! ¡El Señor resucitó y se apareció a Simón! (Lc 24,34). Es el grito de los discípulos a los de Emaús cuando, después de encontrarse con Jesús, vuelven a la comunidad de Jerusalén. Tarde han caído en la cuenta de que quien los acompañaba por el camino era el mismísimo Ungido, ya resucitado, aunque transformado; ya no es lo mismo. Su humanidad ha recibido la plenitud del Espíritu Santo.
Aparecen en las Escrituras dos formas similares de mencionar este hecho transcendental de la Historia de la Salvación, aunque no iguales. Primeramente, San Pablo escribe a los corintios que "Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder" (1 Co 6,14). Más adelante, aparecerá la expresión "Cristo resucitó" (1 Co 6,14). Ambas son manifestaciones del poder de Dios.

La resurrección funda la fe de la Iglesia, y es centro y origen de la fe cristiana, pues si Cristo no resucitó, el mensaje no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe (1 Co 15, 17). Al igual que los testigos del retorno de la muerte de Cristo, el apóstol de los gentiles no puede callar lo que ha visto y oído; hace suyo el mensaje del hijo de Dios y lo hace manifiesto.

Manifiesta que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras.
Recalca que fue sepultado.
Atestigua que resucitó al tercer día, según las Escrituras.
Asegura que se apareció a Pedro y a los Once; a la Virgen Santísima y a las mujeres santas de Jerusalén, y a una multitud de más de 500 personas.

La muerte no es un hecho olvidado en esto. Es importante certificar -e incluso históricamente- que murió y se le dio sepultura. Es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. La fe de los discípulos fue puesta a prueba en la Pasión y Muerte de Jesucristo, anunciada previamente por Él mismo. Al fin de cuentas, la fe cristiana se funda en la victoria de la vida sobre la muerte. Es esto lo que nos salva, la fe que nos libera del mal, del pecado y de la muerte.

Contemplar la pasión del Cristo y su triunfal resurrección enseña a la humanidad a transformar el sufrimiento inevitable que depara la vida en la tierra y la frustración en una airada esperanza. "¡Es posible algo nuevo! ¡Es posible el cambio!", expresa el catequista.
Hay que comprender este hecho como complemento de la muerte. Si por Jesús somos liberados del pecado y de la muerte, por la resurrección se abre el camino de una vida nueva; la vida eterna, sí, pero también es simplemente otra vida: esta vida en el mundo, que abierta a la recepción del Espíritu Santo y la Gracia Santificante, nos abre la participación, aunque de manera imperfecta, de la que gozaremos en la Patria Celestial.

Esta gran noticia no puede ser silenciada; requiere ser comunicada. Es más fuerte la experiencia que el temor al qué dirán.
El crucifijo con Jesucristo escarnecido es signo de la entrega de Dios por los hombres. Pero el crucifijo a sólas es imagen de la Resurrección del Señor. Cristo ha bajado de la Cruz que voluntariamente aceptó. Son verdades que, al igual que los apóstoles, una vez asumidas, mueven a quien las recibe a la acción.

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