sábado, 30 de julio de 2011

La venida del mismísimo Dios

Redacción: Zico

A medida que el hombre va progresando en el camino de la maduración, descubre que "algo" motiva sus acciones, su quehacer cotidiano. Su acción busca un propósito; su naturaleza, por defecto- lo inclina hacia la búsqueda de lo bueno y lo bello, y es así donde reside una división: si bien aspiramos a lo alto, este deseo choca frente a las bajezas que padece como miembro del género humano. La vida aparece, visto de esta manera, como una continua tensión entre lo que anhelamos (infinito) y lo que poseemos ('finito'). "Somos contradictorios -se puede leer en la catequesis n°4-Ponemos énfasis en nuestro interés de conseguir unas metas en las que esperamos encontrar la felicidad, pero, conseguidas esas metas, sentimos que lo que buscábamos era mucho más que lo que hemos logrado. Sentimos una sed imperiosa de más, una sed insaciable; soñamos lo infinito, pero los logros son siempre finitos."

Incluso la lectura induce a pensar en el carácter paradójico de la respuesta que Dios da al hombre: Cristo, sin dejar su condición divina, adopta la humanidad a través de la Encarnación. A través de este hecho trascendental de la Historia de la Salvación, se abre la puerta del "reino de Dios", corazón de la predicación de Jesús.
La venida del reino no es otra cosa que la venida del mismo Dios, que en su cercanía, nos invita a participar de su vida divina. Cada uno de nosotros es responsable de aceptar o rechazar tal invitación, a sabiendas que afuera "sólo hay llanto y rechinar de dientes".

"Se ve con claridad que el cumplimiento de las aspiraciones más auténticamente humanas no es resultado de nuestro empeño, sino acción de Dios, donde Dios que nosotros acogemos agradecidos".
El camino al Reino encierra en sí un proceso. La parábola del grano de mostaza, pequeño y apenas perceptible, que será luego árbol que dará sombra a pájaros que allí se recuesten intenta aludir el camino de ascensión que el cristiano debe asumir, pero también evidencia la transformación: la evidencia del Dios cercano transforma al hombre desde sus entrañas; libera sus posibilidades. Esta presencia cercana implica descubrir a Cristo y los misterios de su vida. Los misterios son sus dichos y sus hechos; su vida y su muerte; en fin, su entrega a la humanidad a través del ofertorio de la Cruz. El cristianismo es ante todo conocer la persona de Cristo, y no un compendio de doctrinas.

Si no hubiéramos escuchado nunca el Evangelio y no lo conociéramos, no tendríamos que decidirnos a favor o en contra. Pero aunque sea en medio del ruido, la confusión, las dudas, los deseos más nobles y las contradicciones personales, el anuncio del Evangelio nos alcanza hoy también a nosotros. Jesús nos revela en él la cercanía de Dios. Quedamos fascinados, atraídos por el "Maestro bueno" en quien, lo presentimos, podemos encontrar lo que más necesitamos. Al ser alcanzados por el Evangelio, también quedan patentes nuestras limitaciones, las distintas formas de egoísmo que nos bloquean y esclavizan. Pero justamente de esto, lo sabemos, el Señor puede librarnos. Él nos dice: "Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia" (Mc 1,15). Si lo tomamos en serio y dejamos que resuene en nuestro interior, resulta ser una propuesta que desafía nuestra libertad. No podemos sustraernos; tenemos que rechazarlo o atrevernos a acogerlo. Jesús es el único que puede colmar nuestras aspiraciones.

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