domingo, 24 de julio de 2011

La pregunta religiosa: esa inquietud por lo infinito

Redacción: Zico

La Jornada Mundial de la Juventud no es un evento más entre otros que abarrotan la agenda durante todo el año. Para tomar dimensión de la magnitud y la significación que tiene el encuentro entre el Papa y los jóvenes del Globo, Benedicto XVI preparó una serie de catequesis que tienen como norte llegar con el alma bien dispuesta al de 16 de agosto en la capital española.

Aquí, un comentario sobre la Catequesis N°1:


En nuestras vidas, alguna persona puede habernos hechizado por un momento, ya sea por su belleza, su expresión, o la rememoranza que trae a colación y que impacta en nuestra retina.
Ese "reguero de luz" que aparece ante quien detenidamente observa, se marchará en algún momento y dejará a quien atentamente escrutaba con cierta angustia -me atrevería a decir, "existencial"-.
Benedicto XVI trae a colación a un poeta español, José Martinez Ruiz (conocido como "Azorín"), para evocar esta circunstancia que todo hombre vive, y que identifica como su "capacidad de lo infinito". Ciertas circunstancias permiten descrubrir quiénes somos, rompiendo con toda imagen reducida de nuestro ser hombres. Son circunstancias, como señala el Sumo pontífice, que "no dicen lo que nos falta, sino que hacen presente la intuición de lo eterno para lo que estamos hechos".
Amar es una de esas experiencias. Amar a la familia, los amigos, la mujer con la que compartirá la vida. El amor (o también la angustia, la tristeza) suscita experiencias en cada una de nuestras vidas que hacen caer en la conciencia de lo infinito. El deseo del bien, el repudio a la injusticia, la contemplación de un valle hundido entre montañas nevadas eleva el espíritu del hombre, quien se reconoce ínfimo ante semejante espectáculo, y cuestiona su permanencia en el mundo.
"¿Qué hago aquí? ¿Cuál es el sentido de la vida?", todas preguntas que buscan responder lo que la tradición universal ha denominado "Pregunta religiosa", esa búsqueda de lo infinito por parte de la humanidad.
Cuando se piensa en "lo infinito" no se debe acotar esta experiencia a una tarde refrescada por el viento primaveral o un momento de melancolía. El Papa señala con énfasis que esta experiencia es bien simple; remite a "la vida". "No es una dimensión de la vida -señala Benedicto- sino de la vida con todas sus letras. Es el hilo conductor que da unidad a cada instante, la unidad que engendra este deseo que atraviesa cada célula de tu ser".
Todo hombre percibe este deseo, sea o no capaz de expresarlo, porque la pregunta religiosa es la pregunta sobre la vida y su significado.
"La tradición cristiana ha descrito esta realidad hablando del hombre como capax Dei". El hombre, por la simple luz de su razón, posee la capacidad de intuir la presencia de un Ser Supremo, de una causa incausada, de un primer motor. Aristóteles así lo evidencia; Santo Tomás de Aquino lo lleva en puño y letra a las Cinco vías del conocimiento racional de Dios.
Una vez despierta la conciencia, comienza en el hombre el camino que lo conducirá a perseguir lo infinito. Es una carrera a la que se siente inclinada todo hombre; no solamente los atléticamente "religiosos". La multiplicidad de religiones lo manifiesta. Reza el Concilio Vaticano II: "Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana".
La carrera que emprenderá el hombre en busca de la felicidad eterna puede hallar tropiezos, puede ocasionar una parada que signifique el abandono del camino. "La sed que reseca la garganta del hombre dice a éste que es capaz de beber, no que el mismo hombre sea el manantial fresco", aclara el Papa. Aparece entonces el reconocimiento del hombre como imperfecto, incapaz de dar respuesta a su necesidad. "¡Ven, manifiéstate!", grita cada fibra de una humanidad suplicante.
Y Dios no ha dejado sin respuesta al hombre. Cierto es que la razón conduce a conocer a Dios, pero ello no basta. "Existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, y es la Revelación Divina", responde ahora el primer Concilio Vaticano.
"Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo", concluye Benedicto.
Reconocer esta incesante pregunta que retumba en los oídos de todos los hombres da al cristiano un sentido de unidad para con toda la sociedad. En esto se llena de optimismo, y entiende que toda manifestación -artística, literaria, musical- es una búsqueda de lo que ansía nuestro corazón.
Y el cristiano no teme hablar de su búsqueda con todos. Incluido con aquellos que se ríen de él, que lo tachan de iluso o visionario.

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